top of page

En esta parte de nuestro blog os dejamos diferentes cuentos que pueden ser muy útiles para fomentar la lectura a nuestros pequeños. Son un recursos muy importantes además de permitirnos pasar un momento bonito con los más pequeños.

El flautista de hamelín

Hace mucho mucho tiempo hubo en Alemania una ciudad llamada Hamelín. Era una ciudad rodeada por murallas, muy bonita y también muy próspera puesto que tenía un importante puerto al que iban comerciantes de todo el mundo.

 

Todos sus habitantes vivían felices en Hamelín hasta que un día, mientras todos dormían, empezaron a llegar a la ciudad cientos de ratas. Llegaron tantas que invadieron totalmente la ciudad hasta dejarla totalmente infectada. No había un lugar en el que no se encontrara una rata.

 

La situación era tan terrible que el alcalde mandó traer gatos para que acabaran con ellos, trampas y ratoneras, pero no sirvió de nada. Incluso probaron con matarratas, pero no funcionaba. Las ratas eran cada vez más y más.

 

En medio de esta situación llegó a Hamelín un trovador que aseguró al alcalde que sería capaz de limpiar la ciudad de ratas.

 

- ¿Vos sólo podréis hacerlo?

 

- Por supuesto. Pero a cambio pido mil monedas de oro.

 

- No os preocupéis. Si lo conseguís os daré un millón si es necesario.

 

El trovador llegó a la plaza del pueblo, sacó una flauta de madera de su bolsillo y empezó a tocar. En ese momento, las ratas comenzaron a salir de todos los rincones de la ciudad. Cientos y cientos se acercaron hasta él y comenzaron a seguirlo cuando empezó a recorrer todas las calles de Hamelín.

El flautista continuó caminando hasta salir de la ciudad y llegar al río, donde se paró en la orilla y siguió tocando. Las ratas estaban tan ensimismadas por la música que cayeron al agua y murieron ahogadas.

De modo que el flautista volvió a ver al alcalde para pedir su recompensa.

- ¿Mil monedas de oro por una música? ¡Os daré como mucho cien monedas! - dijo el alcalde riéndose.

 

- ¡Pero eso no es lo que me prometisteis! En ese caso lo lamentaréis.

 

El trovador salió del ayuntamiento y comenzó a tocar con fuerza su flauta. En esta ocasión, fueron los niños, grandes y pequeños, los que empezaron a salir de las casas y comenzaron a seguirle allá donde iba.

 

El flautista salió de la ciudad y todos los niños de Hamelín salieron con él y nunca más se los volvió a ver.

ARTURO Y EL ELEFANTE SIN MEMORIA

Arturo y el elefante sin memoria. Texto e ilustraciones de Maria Girón. Editorial Tramuntana. Arturo es un muchacho muy espabilado que siempre anda buscando aventuras en las que pueda hacer alguna cosa positiva. Un día conoce a un elefante que ha perdido la memoria. ¿Cómo lo hará Arturo para que el elefante la recupere?

Ricitos de Oro

Hace mucho tiempo, existió una niña hermosa de cabellos largos y tan rubios, que todos le llamaban Ricitos de Oro. Como era costumbre cada mañana, Ricitos de Oro se levantaban temprano para recoger flores en el bosque, pero un buen día, la niña caminó tanto entre los árboles que se perdió. Cansada y triste, Ricitos de Oro llegó a una cabaña pequeña que se alzaba a los pies de un arroyo, y al descubrir que la puerta de aquella cabaña se encontraba abierta, decidió entrar.

​

Una mesa grande ocupaba el centro de la sala, y encima de ella la niña pudo ver tres tazones de sopa, uno grande, otro mediano y el último, el más pequeño de los tres. Al ver aquella sabrosa comida, Ricitos de Oro se dispuso a beberla, comenzando por el tazón más grande de todos.

“¡Qué caliente!” – exclamó con sorpresa la niña, y decidió probar del tazón mediano. “¡Este también está caliente!” – dijo con pesar y se dispuso finalmente a saborear la sopa del último tazón, el más pequeñito de los tres. “¡Este sí que está delicioso!” – repitió una y otra vez con cada bocado hasta que no dejó una sola gota de la sopa.

​

Cuando terminó de comer, Ricitos de Oro sintió ganas de descansar y descubrió tres sillas en la esquina de la sala, una grande, otra mediana y la última, la más pequeñita de las tres.

​

Al probar la silla grande, descubrió que sus pies no tocaban el suelo, por lo que decidió sentarse en la silla mediana, pero esta era muy ancha para ella. Por último, se dejó caer en la silla más pequeñita de todas, pero lo hizo con tanta fuerza que la rompió.

​

Dentro de la casita pequeña, también había un cuarto con tres camas. Una grande y ancha, otra mediana y alta, y una tercera bien pequeñita. Entonces, Ricitos de Oro quiso probar la cama más grande y ancha, pero era tan dura que desistió al momento. Seguidamente, saltó hacia la cama mediana y alta, pero esta también era muy dura para la niña, así que no tuvo más remedio que irse a dormir a la cama más pequeñita de todas. Como la camita era tan suave, la niña se quedó dormida en poco tiempo.

​

Al cabo de las horas, llegaron tres osos pardos. Eran los verdaderos dueños de la casita: Papá Oso, grande y fuerte, Mamá Osa, mediana y hermosa, y finalmente, Bebé Oso, pequeñito y saltarín.

​

Cuando se acercaron a la mesa para desayunar, Papa Oso exclamó sorprendido: “¡Alguien ha probado mi sopa!”, a lo que Mamá Osa también replicó: “¡Alguien también ha probado mi sopa!”, y finalmente, el Bebé Oso terminó por decir entre sollozos: “¡Alguien se ha tomado toda mi sopa!”.

Triste y desconsolada, la familia de osos se dispuso a sentarse en las sillas de la casita, pero al llegar, Papa Oso gritó furioso: “¡Alguien se ha sentado en mi silla!”, y Mamá Osa tampoco demoró en protestar: “¡Alguien también se ha sentado en mi silla!”. Sin embargo, la mayor sorpresa fue para Bebé Oso, quien no pudo contener las lágrimas cuando exclamó: “¡Alguien ha roto mi silla!”.

​

Los tres osos no sabían ya qué hacer, estaban tan tristes y afligidos que decidieron acostarse un rato en sus camas para descansar y olvidar lo ocurrido. Entonces, Papá Oso tumbó su enorme cuerpo en la cama grande y ancha, pero al instante exclamó: “¡Alguien se ha acostado en mi cama!”.

​

Mamá Osa, al acostarse en su cama alta y ancha se apresuró a decir: “¡Alguien también se ha acostado en mi cama!”, pero la mayor sorpresa fue para Bebé Oso, quién al llegar a su camita, pequeña y suave, chilló con todas sus fuerzas: “¡Alguien está durmiendo en mi cama!”.

​

Ante tanta algarabía, Ricitos de Oro se despertó asustada, y al ver a los tres osos mirándola se asustó tanto que salió a toda velocidad por la ventana del cuarto, y tanto corrió la pequeña niña que en pocos minutos atravesó el bosque y pudo por fin encontrar el camino de regreso a casa.

LA RATITA PRESUMIDA 

​

Érase una vez que se era, una rata muy trabajadora, que tenía por hija una ratita muy presumida, a la que le gustaba pasarse el día estirándose los bigotes y tostándose al sol.

​

Un día, la rata, mientras volvía de trabajar, se encontró en el suelo un objeto muy brillante. ¡Era una moneda de oro! Con ella podría hacer tantas cosas…

Pero como lo que más le importaba en el mundo a la rata era su pequeña ratita, decidió darle esa moneda de oro a su hija:

​

– Esta moneda es para ti. Con ella podrás comprar lo que desees para convertirte en una ratita de provecho.

​

Cuando la ratita presumida recibió aquella moneda, se fue contenta al mercado del pueblo y a pesar del consejo de su madre, en vez de invertir ese dinero en un buen negocio, se compró la mejor cinta del mercado para hacerse con ella un buen lazo, que se colocó en la colita.

​

– ¡Mira que elegante estoy! Con este lacito todo el mundo me admirará y querrá hacer negocios conmigo.

​

Y es verdad que todo el mundo se quedó asombrado al ver a la ratita presumida con su lacito rojo. ¡Parecía toda una ratita de mundo! De camino a casa, la ratita presumida se cruzó con el gallo, que muy asombrado le preguntó.

​

– Justo eso es lo que estoy buscando: un poco de elegancia para mi granja. ¿Quieres trabajar conmigo?

La ratita presumida, satisfecha de que su plan hubiera funcionado, contestó.

​

– Depende, ¿tendré que levantarme muy pronto?

​

Cuando el gallo le contó cómo funcionaba la granja y como cada mañana se levantaba al amanecer, puso cara de horror:

 

– ¡Ni hablar! No me gusta madrugar.

​

Poco después se cruzó con un perro cazador. Cuando vio a la ratita, tan elegante, pensó que sería una buena compañera para las cacerías. ¡Así tendría alguien con quien hablar! 

– Pero ¿tendré que correr contigo por el campo persiguiendo conejos? Eso debe ser de lo más agotador. ¡Ni hablar!

​

Al ratito apareció por ahí un precioso gato blanco. Al igual que la ratita, aquel gato tenía los bigotes bien estirados, y la ratita presumida enseguida se sintió interesado por él. Le contó que estaba buscando un trabajo y le preguntó si podía colaborar con él.

​

– Claro que sí.

​

– Pero tu trabajo no será tan agotador como el del perro cazador.

​

– ¡Qué va! Yo no corro nunca demasiado, prefiero quedarme tumbado y que me hagan caricias.

​

Al oír aquello, la ratita abrió los ojos de par en par: ¡con lo que le gustaba a ella que le acariciaran la barriga! El gato también había abierto mucho los ojos y se acercaba cada vez más a la pequeña ratita.

​

– Pero, ¿no tendrás que madrugar mucho? Acabo de hablar con el gallo y tiene que despertarse prontísimo.

​

– ¡Qué va! Si me despierto pronto me doy la vuelta y sigo durmiendo.

​

La ratita cada vez estaba más contenta. Tan contenta estaba, que no se daba cuenta de lo cerca que estaba el gato (cada vez más y más) y de cómo se relamía de gusto. Cuando estaba a punto de aceptar ese nuevo trabajo, a la ratita presumida le entró una duda.

​

– Todo lo que me has contado está muy bien, pero ¿a qué te dedicas exactamente?

​

En ese momento, el gato se abalanzó hacia ella y gritó:

​

– ¡A cazar ratas y ratones como tú!

​

Cuando la ratita presumida se dio cuenta de las intenciones del gato era ya demasiado tarde. El enorme felino la tenía bien agarrado con sus uñas. Pero en ese momento, llegó el perro cazador, que había estado atento a la conversación y asustó al gato, que salió huyendo soltando a la ratita presumida. ¡Menos mal!

​

Cuando la ratita volvió a casa, todo el mundo en el bosque conocía su historia. También su mamá, que mitad aliviada, mitad enfadada, la recibió en casa.

 

– Todo te ha pasado por ser tan comodona y presumida – le reprendió la mamá – ¿cuándo te harás una ratita de provecho?

​

La ratita presumida no dijo nada. Había aprendido una buena lección…

El conejo bermejo

Había una vez una vez un conejo que tenía 5 años. Se llamaba Bermejo.
El conejo Bermejo era muy simpático y tenía muchos amigos en su clase. Pero había una cosa que no hacía bien.

Cuando la señorita Doña Coneja explicaba cómo se hacía una ficha, el conejo Bermejo nunca la escuchaba; empezaba a mirar para todas partes y se ponía a hablar con otro conejito que tenía al lado.¿ Y sabéis lo que pasaba ?

Que ni Bermejo ni el otro compañero se enteraban de cómo se hacía y luego la ficha la tenían que repetir para hacerla bien, mientras los otros conejos ya podían ponerse a jugar.
Eso también le pasaba cuando la “seño” contaba un cuento.

Tampoco escuchaba a sus compañeros cuando contaban sus aventuras en la asamblea.
Los conejitos estaban hartos de que Bermejo no parase de molestar.
Un día, Bermejo fue con sus papás al zoo: vio muchos animales y se lo pasó muy bien.
Al día siguiente, Bermejo quería contar a la “seño” y a los demás conejitos su aventura en el zoo.

Todos en el borde de la alfombra, ya estaban colocados y Bermejo se puso a hablar… pero los demás conejitos no le hacían ni caso y Bermejo empezó a enfadarse y a decir:
-¡Eh! ¡Silencio! ¡Escuchadme!

Pero ni caso. Casi llorando le dijo a su señorita:

¡Señorita! No me escuchan y no puedo contar mi aventura en el zoo.

Entonces una conejita alzó la mano y dijo:

-Señorita, no queremos escucharle, porque cuando Usted explica, Bermejo no la escucha y charla, cuando nosotros queremos contar algo, tampoco nos escucha, así que ahora nosotros no queremos escucharle a él.

Bermejo se puso muy triste porque se dio cuenta que tenían razón: él nunca escuchaba y si alguien estaba hablando él se ponía a charlar. Ahora comprendía cómo se sentía los demás cuando él charlaba.

Se fue a su casa muy triste y su mamá le dijo -¿Qué te pasa Bermejo?

Bermejo se lo contó todo a su mamá.

La mamá le dijo que si él no escucha y molesta, los demás ahora no querían escucharlo a él.

Su mamá le enseño un truco:

-A partir de ahora, cuando alguien cuente una cosa, lo miras a los ojos y lo vas a escuchar, y no vas a charlar con nadie.

Si alguien te quiere hablar tu le haces (gesto del silencio) y sigues escuchando. ¿Entendido?

Al día siguiente, en la clase se puso a escuchar a su “seño”, también a sus compañeros. Si algún conejito hablaba él (hacía el gesto del silencio).
Todos los días hacía el truco que le había enseñado su mamá. Así se enteraba de las fichas y todo lo que enseñaba su “seño”.

De esta manera Bermejo estaba contento.

Y colorín colorado, el cuento de Bermejo ha terminado.

Fin

Los Tres Cerditos

HANSEL Y GRETEL

 

Érase una vez dos niños llamados Hansel y Gretel, quienes vivían con su padre leñador y su madrastra cerca de un espeso bosque. La situación de la familia era precaria, vivían con mucha escasez y apenas tenían para alimentarse.

Una noche la cruel madrastra le sugirió al buen leñador que se encontraba atormentado pensando que sus hijos morirían de hambre. – “Debemos abandonarlos en el bosque, ya no hay suficiente comida. A lo mejor se encuentran a alguien que se apiade y les dé de comer”.

Al principio el padre se opuso rotundamente a la idea de abandonar a sus hijos a la merced del bosque. – “¿Cómo se te puede ocurrir semejante idea mujer? ¿Qué clase de padre crees que soy?” – le respondió enfadado.

La mujer que estaba dispuesta a deshacerse de la carga de los niños, no descansó hasta convencer al débil leñador de que aquella era la única alternativa que le quedaba.

Los niños no estaban realmente dormidos, por lo que escucharon junto a la puerta de su habitación toda la conversación. Gretel lloraba desconsoladamente, pero Hansel la consoló asegurándole que tenía una idea para encontrar el camino de regreso.

A la mañana siguiente cuando los niños se disponían a acompañar a su padre al bosque como hacían a menudo, la madrastra les dio un pedazo de pan a cada uno para el almuerzo. Así fue como los niños siguieron a su padre hasta la espesura al bosque, sabiendo que este los iba a dejar allí. Hansel iba detrás, dejando caer migas de su pan para marcar el camino por el que debían regresar a la casa.

Cuando llegaron a un claro, el padre les dijo con una tristeza profunda. – “Esperen aquí hijos míos, iré a cortar algo de leña y luego vendré a buscarlos”.

Hansel y Gretel se quedaron tranquilos como su padre les había pedido, creyendo que tal vez había cambiado de opinión. Se quedaron profundamente dormidos hasta que los sorprendió la noche y siguiendo la luz de la luna, intentaron encontrar el camino de regreso. Pero por más que buscaron y buscaron no lograron encontrar las migas de pan que indicaban el camino, ya que antes los pájaros del bosque se las habían comido.

Así vagaron sin rumbo durante la noche y el día siguiente por el bosque, y con cada paso que daban se alejaban más de la cabaña donde vivían. Pensaban que iban a morir de hambre cuando encontraron a un pajarillo blanco que cantaba y movía sus alas, como invitándoles a seguirle. Siguieron el vuelo de aquel pajarillo hasta que llegaron a una casita, que para su sorpresa estaba construida completamente de dulces. El tejado, las ventanas e incluso las paredes estaban recubiertas de jengibre, chocolate, bizcochos y azúcar.

De inmediato se abalanzaron hacia la casita y mientras mordisqueaban todo lo que podían, oyeron la voz de una viejecita desde el interior que los invitaba a pasar. Se trataba de una bruja malvada que usaba aquel hechizo para atraer a los niños y luego comérselos.

Una vez adentro fue muy tarde para Hansel y Gretel, quienes no lograron escapar. La bruja decidió que Gretel le era más útil en las labores domésticas y a Hansel se lo comería luego de engordarlo, porque estaba muy delgado. Lo metió en una jaula donde lo alimentaba a diario y como estaba media ciega, cuando le pedía que le sacase la mano para ver si había engordado algo, Hansel la engañaba con un hueso.

Pasó el tiempo y la bruja finalmente se aburrió, por lo que decidió comérselo así mismo. Le ordenó a Gretel que prepara el horno para cocinarlo. Mientras la bruja estaba distraída viendo si el horno estaba lo suficientemente caliente, Gretel aprovechó la oportunidad para empujarla a su interior.

Gretel corrió y liberó a su hermano, pero antes de marcharse tomaron las joyas y diamantes que mantenía escondidos la bruja. Huyeron del bosque tan lejos como pudieron, hasta que llegaron a la orilla de un inmenso lago en el que nadaba un bello cisne blanco. Le pidieron ayuda al cisne que los ayudó a cruzar hasta la otra orilla, indicándoles el camino de regreso a su casa.

Con inmensa alegría los niños encontraron a su padre, que no había pasado un día sin que se arrepintiera de lo que les había hecho a sus adorados hijos. Les contó que los había buscado por todo el bosque sin cesar y que la madrastra había muerto. Les prometió que en lo adelante se esforzaría por ser un mejor padre y hacerlos feliz.

Los niños dejaron caer los tesoros de la bruja a los pies de su padre y le dijeron que ya no tendrían que pasar más malos momentos. Y fue así como vivieron felices y ricos por siempre, Hansel y Gretel y su padre el leñador.

cuento-infantil-hansel-gretel.jpg
bottom of page